Pasado ya la mayor parte de este extraño invierno, empiezan a aparecer los primeros signos de que la primavera se acerca. Los árboles de hoja caduca comienzan a salir del letargo llenando el paisaje de flores blancas de los almendros, rosadas de los prunos y verdes correspondientes a las primeras hojas de las salicáceas.
Hay otros árboles que ponen en marcha otra estrategia de cara a la primavera. Son las ulmáceas. Si nos fijamos en el borde de carreteras, caminos y zonas húmedas veremos árboles y arbolillos cuyas ramillas se llenan de un color verde brillante. Podíamos pensar que son las primeras hojas pero si miramos detalladamente, veremos que son las sámaras, los frutos alados y redondeados de estas especies. Es decir, antes de salir las hojas, a finales de febrero han salido unas flores muy simples reunidas en unos glomérulos violáceos, compuestas prácticamente solo por los elementos reproductores, polinizados posteriormente por la acción del viento.
En España encontramos tres especies autóctonas: olmo común (Ulmus minor), olmo de montaña (Ulmus grabla) y el olmo temblón (Ulmus laevis). Desgraciadamente el olmo común prácticamente ha desaparecido de nuestra geografía por una enfermedad, la grafiosis, producida por el ataque combinado de un pequeño escarabajo, escolítido, y un hongo, ophiostoma. Ante la muerte de estos olmos, se empezó a plantar el olmo siberiano (Ulmus pumila), más resistente a la enfermedad y es el que más abundantemente podemos ver actualmente asilvestrado en nuestros campos.